Marcelo, preparado para comentar. |
Marcelo Calvente es un sobreviviente moral del último gobierno de facto que rigió en Argentina. Nacido en 1958 y con 53 abriles en su haber, no se le quiebra la voz al esbozar nombres y fechas, que en otro momento bien pudieron poner en peligro su vida y la de los suyos.
Recibido de la Escuela del Círculo de la Prensa aún recuerda sus primeros pasos en la profesión que nunca dejó de ejercer. “En aquel entonces, trabajaba en Radio Esplendid (AM 990), famosa por ser la primera emisora en la que un interventor militar ponía por escrito la orden establecida de no criticar a la Selección Nacional y a Menotti”, indica con tenacidad. Y agrega: “Encima este interventor, Jorge Pedrerol, quien también era vicecomodoro, era un tipo que no tenía nada que ver con la comunicación. Ya había pasado el genocidio, pero todavía no había salido a la luz. Yo venía de hacer la conscripción en el año 1977 y sabía un poco más acerca de lo sucedido, pero no tenía la libertad como para criticar a quien quería, ni tampoco me iban a respaldar. Recuerdo que alguna vez recibí gestos y llamados de atención”.
Lejos de avalar esos ademanes que censuraron en más de una ocasión su manera de pensar, Marcelo destaca con creces a Rodolfo Walsh, colega que fue privado de su libertad el 25 de marzo de 1977, cuyas investigaciones periodísticas relatan con lujo de detalles la trama oculta de lo acontecido durante la última dictadura. “Mientras Clarín editorializaba con la firma de Herrera de Noble un artículo que aseguraba que se estaba ganando y que era un paso que no se podía dejar de dar, él iba por las calles entregando copias de la carta a la Junta Militar , que es, a mi parecer, uno de los actos periodísticos más desesperados y nobles. Censurado, perseguido, en soledad, con su hija muerta y sus compañeros desaparecidos, iba con la precisión absoluta sobre todo lo que denunciaba: las desapariciones, los números y los centros clandestinos de detención”, manifiesta con semblante de aprobación.
¿Qué intentaron demostrar los militares con la organización del Mundial de 1978?
- Desde el punto de vista futbolero, fue un hecho que les dio el aire y la tranquilidad como para seguir un tiempo más en el poder. No sé qué hubiera pasado si el resultado hubiese sido otro, pero lo concreto es que lograron muchísimo apoyo. No específicamente para con ellos, pero la gente se volcó a la calle de manera festiva y se generó una fiesta que, indirectamente, los vio favorecidos.
- ¿Pensás que sirvió para calmar el dolor de aquellos años?
- Es algo que discuto siempre con mis amigos. Para mí, a esa altura del partido, en la población había una sensación de dictatura y opresión, pero no había una conciencia del genocidio, ya que la gente no sabía que a metros de la cancha de River había secuestrados en la ESMA.
¿Crees que desde tu rol de ciudadano pudiste haber aportado algo como para repudiar el régimen militar?
- No, porque en esa época era muy distinto al de estos días. Con el tiempo abracé ideas políticas, fue militante y candidato a diputado. Pero en aquel entonces era un joven que jugaba al fútbol, que le tocó hacer la colimba a los 18 años, en un tiempo en el que estaba completamente alejado de la política. Después me choqué de frente con la realidad.
La vela se consume, pero la llama no merma su vigor. A más de 30 años del Proceso de Reorganización Militar que en su momento derrocó el gobierno de María Estela Martínez de Perón, Marcelo no olvida a sus familiares y amigos desparecidos por el terrorismo de estado. Comentarista en una emisión radial que transmite los partidos de su querido Lanús, todavía mantiene la esperanza de esclarecer un enigma que marcó a fuego su juventud. “Yo, como conscripto, participé de un operativo en una casa donde había algunos montoneros. En ese lugar, uno de ellos fue ultimado y tuve que levantar el cadáver del combatiente. Nunca supe quién es y hoy en día sigo averiguando datos para conocer su identidad”, revela entusiasmado. Es el partido de su vida. Uno de esos que seca la garganta y da ganas de llorar. El más difícil de comentar, ahora que sus palabras caminan de la mano con la libertad de expresión.