domingo, 29 de marzo de 2015

En el sube y baja

La mañana de este domingo -soleado, según lo que se ve por la ventana- nos encuentra más nublados que nunca, inestables, a punto de estallar en forma de la tormenta más estrepitosa. Es cuestión de deambular por la casa, como si se estuviera en trance. Es pasar por el comedor, ver la computadora prendida y tirarse encima. Es abrir una hoja de Word y escribir algo. Es minimizar, alejarse un toque y cebarse un mate. Amargo. Tan amargo como para revolver el estómago más fuerte. Es una escena que se repetirá hasta convertirse en la rutina más despiadada e insoportable.

No es una sensación desconocida. Así es cada instante posterior a una caída de Lanús, sobre todo cuando se asemeja a la que se sufrió anoche frente a San Lorenzo. Es lógico: no hay cachetazo que no lastime. Sin embargo, no existe golpe que duela tanto como aquél que se intuye que en algún momento se va a recibir y que se hace poco para evitarlo. Una cosa es perder en el guantazo contra un oponente que pega más fuerte o que te va arrinconando contra una esquina hasta liquidarte. Otra situación, muy distinta, es subir al ring desconcentrado, con la guardia baja, regalando el mentón.

Para el olvido. En uno de sus peores partidos en la era GBS, Lanús fue goleado por el Ciclón. 

Este Lanús de los mellizos Barros Schelotto acostumbró a sus hinchas a pasar del entusiasmo de hilvanar dos buenas victorias -como ante Godoy Cruz y Gimnasia- a la incertidumbre de comerse cuatro en el Nuevo Gasómetro. Y con cero atenuantes: desperdiciando un penal a favor antes del minuto de juego o saliendo desatento al arranque del segundo tiempo. Poner la lupa sobre el arbitraje, artimaña más añeja que el fútbol, sería desviar el foco de atención y desatender la principal falencia del equipo. Hace falta autocrítica. Es urgente el cambio de las piezas que están gastadas y que estorban en el tablero. Se necesita frescura, como la que dio Astina en el ST.

La preocupación no es sensacionalista, tampoco lo fue la algarabía que produjeron los cuatro goles de Melano en Mendoza. La bronca y la desazón vienen por otro lado, por el de siempre: cuando parece que la mesa está servida y que sólo hay que sentarse a saborear el banquete, algo sale mal. Y se desmorona todo. Se pasa de un extremo al otro, como en el sube y baja. Quizá Lanús sea esto. Inexplicablemente (o no), tal vez no le dé para mucho más. Se seguirá dependiendo de la insistencia del Laucha Acosta y del corazón del polaco Fritzler. Eso fue lo que se decidió en el mercado de pases, ¿o no?

Será cuestión de salar las heridas pronto y de poner el pecho como lo hicieron siempre los granates de corazón, aquéllos que el próximo domingo dirán presente en La Fortaleza. Y será cuestión de acompañar, con la frente en alto, aunque se sospeche que la tormenta se pueda desatar en el momento menos pensado. Dios quiera que no nos encuentre desprevenidos. O con la guardia baja, como anoche.

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