La
mañana de este domingo -soleado, según lo que se ve por la ventana- nos
encuentra más nublados que nunca, inestables, a punto de estallar en
forma de la tormenta más estrepitosa. Es cuestión de deambular por la casa,
como si se estuviera en trance. Es pasar por el comedor, ver la computadora
prendida y tirarse encima. Es abrir una hoja de Word y escribir algo. Es
minimizar, alejarse un toque y cebarse un mate. Amargo. Tan amargo como para
revolver el estómago más fuerte. Es una escena que se repetirá hasta
convertirse en la rutina más despiadada e insoportable.
No
es una sensación desconocida. Así es cada instante posterior a una
caída de Lanús, sobre todo cuando se asemeja a la que se sufrió anoche
frente a San Lorenzo. Es lógico: no hay cachetazo que no lastime. Sin embargo,
no existe golpe que duela tanto como aquél que se intuye que en algún momento
se va a recibir y que se hace poco para evitarlo. Una cosa es
perder en el guantazo contra un oponente que pega más fuerte o que te va
arrinconando contra una esquina hasta liquidarte. Otra situación, muy distinta,
es subir al ring desconcentrado, con la guardia baja, regalando el mentón.
Para el olvido. En uno de sus peores partidos en la era GBS, Lanús fue goleado por el Ciclón. |
Este
Lanús de los mellizos Barros Schelotto acostumbró a sus hinchas a pasar del
entusiasmo de hilvanar dos buenas victorias -como ante Godoy Cruz y
Gimnasia- a la incertidumbre de comerse cuatro en el Nuevo
Gasómetro. Y con cero atenuantes: desperdiciando un penal a favor antes del minuto
de juego o saliendo desatento al arranque del segundo tiempo. Poner la lupa
sobre el arbitraje, artimaña más añeja que el fútbol, sería desviar el foco de
atención y desatender la principal falencia del equipo. Hace falta
autocrítica. Es urgente el cambio de las piezas que están gastadas y que
estorban en el tablero. Se necesita frescura, como la que dio Astina en el ST.
La
preocupación no es sensacionalista,
tampoco lo fue la algarabía que produjeron los cuatro goles de Melano en
Mendoza. La bronca y la desazón vienen por otro lado, por el de siempre: cuando
parece que la mesa está servida y que sólo hay que sentarse a saborear el
banquete, algo sale mal. Y se desmorona todo. Se pasa de un extremo al otro,
como en el sube y baja. Quizá Lanús sea esto. Inexplicablemente (o no), tal vez
no le dé para mucho más. Se seguirá dependiendo de la insistencia del Laucha
Acosta y del corazón del polaco Fritzler. Eso fue lo que se decidió en
el mercado de pases, ¿o no?
Será
cuestión de salar las heridas pronto y de poner el pecho como lo hicieron
siempre los granates de corazón, aquéllos que el próximo domingo dirán presente
en La Fortaleza. Y
será cuestión de acompañar, con la frente en alto, aunque se sospeche que la
tormenta se pueda desatar en el momento menos pensado. Dios quiera que no nos
encuentre desprevenidos. O con la guardia baja, como anoche.
No hay comentarios:
Publicar un comentario