lunes, 30 de mayo de 2016

Perdón Lanús

Perdón Lanús. Gracias campeón. No me gusta empezar los textos con oraciones cortas, con tanto punto y seguido, a contramano de mis ideales gramaticales y sintácticos. Nunca me simpatizó y no lo hará ahora. Sin embargo, son los sentimientos los que en estas últimas horas dominan las acciones del cuerpo. Cada una de ellas, sin excepción. Y estas cuatro palabras reflejan con claridad lo que se me vino rápidamente a la cabeza cuando llegué anoche a mi casa, en ese barrio de corazón, después de un día que no voy a olvidar nunca.

El hacedor. Jorge Francisco Almirón, el DT que llevó al Granate a lo más alto de Argentina.

En algún momento de los años que pasaron recientemente -no recuerdo bien en qué punto exacto- expulsé una sentencia que me brotó desde las entrañas. “¡Qué año de mierda, nunca más lo vamos a ver campeón! Si no fue ahora, con todas estas oportunidades, nunca, nunca más”, lancé ante la atenta mirada (triste y sorprendida) de mis amigos más cercanos, aquellos que comparten la misma pasión visceral que yo. Ninguno se animó a reprocharme, y por eso creí que acertaba. Pero faltaba a la verdad.

Las frustraciones se acumulaban con el paso de los campeonatos (locales e internacionales) y me había hartado de ver desde el andén cómo se nos iba una y otra vez el tren hacia el paraíso. Y pasaba cada vez más seguido. Ni siquiera nos daba la chance de tirarnos abajo… Teníamos el boleto, pero siempre pasaba algo que nos hacía a un lado. Estaba podrido, indignado, pero acompañaba siempre: de local y de visitante, gracias a esos privilegios que tenemos los periodistas.

El año del Centenario fue un trago amargo durísimo de digerir. Pero todo empezó un poco antes, con ese bombazo agónico que le dio a Bolívar un empate de oro en La Fortaleza y que empezó a sentenciar la suerte de nuestro Granate en la Libertadores. Ni hablar del golpe contra Atlético Mineiro y del papelón en Japón contra un rejunte de desconocidos. Todo de mal en peor. Encima el glorioso plantel de la Sudamericana 2013 se iba desmantelando cada vez más como esos autos chocados que duermen en las veredas de las comisarías de Chingolo y sus alrededores.

Poco se modificó la situación en 2015. Al contrario, se profundizó la herida. Primero con el terrible fallecimiento de Diego Barisone (#PorSiempreBari) y después con los dos o tres momentos puntuales que terminaron de soltar la guillotina. La eliminación contra Defensor Sporting en Montevideo, el gol que nos hizo Pepe una noche amarguísima en Mar del Plata y el baile que nos dio Boca en San Juan por la Copa Argentina. Todos cachetazos que nos hicieron ver de reojo la cantidad de kilómetros recorridos en tan pocos días y de replantearnos si verdaderamente valía la pena.

Para colmo sobre el cierre del año se le daba punto final a la era Barros Schelotto. Adiós a esos mellizos ganadores que nos devolvieron el hambre y las ganas de ganar. Un broche de bronce para un ciclo que -a pesar de las frustraciones enumeradas- fue dorado. Además el cambio de autoridades en la institución, la riesgosa apuesta de Nicolás Russo con un DT para nada identificado con Lanús como Jorge Almirón, de paso irregular por Independiente. En contrapartida, como para compensar un poco tanta pálida, el regreso del segundo jugador más importante de la historia contemporánea del club: José Sand. Y la continuidad del único que está por encima de él en esta escala de valores: Lautaro Acosta.

Se mantuvo una base interesante y se reforzó al plantel con nombres puntuales que -a primera vista- no entusiasmaban mucho. Pero lo fundamental en todo esto, recién me di cuenta cuando ya nos encaminábamos hacia la gran final del torneo, era el grupo humano que se había armado y el libreto que repartió Almirón entre sus muchachos. Así se forjó un equipazo que salió campeón de punta a punta. Sin titubear. Bailando a todos por un sueño. Superados sólo por Racing en el Cilindro. Con la mayor cantidad de goles convertidos y la valla menos vencida. Con un #JS9 en llamas y niveles altísimos de todos. Con nosotros, los hinchas, que fuimos parte de una movilización masiva que nuestros nietos no se cansarán nunca de ver y de disfrutar.

Perdón Lanús. Te lo pido de corazón. Estoy avergonzado y arrepentido. Nunca debí dudar ni bajar los brazos. No es lo que me enseñó mi viejo… Él sí que conoció las malas de verdad: desde ver (sin entender) las lágrimas de mi abuelo luego de la interminable definición perdida por penales contra Platense hasta desfilar por los peores potreros de la Primera C. Tantas veces tuvo que soportar que le preguntaran “¿Che, y de la ‘A’ de qué cuadro sos?”, cuando decía orgulloso que era de Lanús… Hoy está chocho. Es el nene que sale a la vereda con sus juguetes nuevos ante las miradas envidiosas que se esconden detrás de las ventanas vecinas.

Y lo tiene merecido. Bah, todos nosotros. Hasta yo, que acompañé siempre, aunque últimamente con cierto pesimismo. Pero ya nunca más será así, te lo prometo y no me lo volvería a permitir. Gracias campeón por alegrarme la vida.

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