lunes, 11 de junio de 2012

Papelón mediático y futbolístico

 Empate y polémica. El plantel de Lanús atraviesa un presente muy conflictivo.

“Quien mal anda, mal acaba…”. El refrán nunca le sentó tan bien a este tibio Lanús, que volvió a recibir un cachetazo de antología. Al menos al de los últimos tiempos, el de la Era Schurrer, tan cuestionada como exasperante. Y esta vez, encima, el golpe se lo asestó un equipo que sabe de antemano que jugará la próxima temporada en el Nacional B. Con todo lo que eso significa. Es que de todos los tropezones que ha tenido el Grana en este torneo Clausura, el que sufrió ayer fue sin dudas el más preocupante y llamativo. ¿Por qué? Primero por dos cuestiones que son meramente futbolísticas: por un lado, porque tenía enfrente a un rival ya descendido, sin presión, con nada para perder y con prácticamente poco para ganar; y porque, además, Lanús se fue al entretiempo con una ventaja tan abultada como inmerecida, ya que la única diferencia nítida entre ambos conjuntos fue la contundencia de Mario Regueiro, autor de los dos goles.

Pero esta vez el análisis cualitativo del equipo queda al margen. Es que no hay que ser un egresado de la Universidad de Harvard para darse cuenta de que el traspié sufrido ante Olimpo caló hondo en el ánimo del plantel. Y no sólo eso, sino que, como se dice en el barrio, en el tuyo y en el mío, se sacaron los trapitos al sol. Bastó tan sólo con apreciarlo por televisión o con presenciarlo in situ: algo se rompió. Y no es un jarrón. Hubo un quiebre. Otra vez. Primero fue la relación entre Chucho y la gente, cisma que data casi desde que asumió la dirección técnica o un poco más allá, producto de actitudes tan reprochables como injustificables. Luego se tensó el vínculo entre el presidente Nicolás Russo y Gabriel Schurrer, resultado de las pretensiones de uno (los famosos 30 puntos) y las excusas del otro. Y ayer, en la gélida y esquiva Bahía Blanca, quedó al descubierto el fastidio que agobia a los jugadores del plantel, víctimas de un sistema táctico embarullado, y –a la vez- culpables por su falta de rebeldía, ésa que ha hecho gigantes a los más pequeños.

La secuencia comenzó en el peor momento de Lanús, minutos después del descuento convertido por Franzoia. Rolle ejecutó rápidamente una pelota parada que encontró mal parada a la defensa. Araujo se interpuso y evitó el empate. Pero lo que no se pudo eludir fue la discusión, subida de tono, entre Marchesín y Fritzler. “Gritá para ordenarlos”, esgrimió uno. En tanto que el otro contestó con un insulto. Y siguió: mientras Rolle corría hacia una de las puntas para sacar un córner, el altercado se acrecentó y debieron intervenir Goltz y Regueiro para que el arquero y el volante no quedaran a cara a cara. Todo eso ocurrió a metros de los casi 150 hinchas que arribaron desde el Sur del Gran Buenos Aires. Ya con la igualdad decretada por Pérez Guédes y el ánimo por el piso, la segunda parte de la polémica llegó casi por decantación: Goltz le reprochó al Polaco su actitud tras no mostrarse como opción de pase cuando él llevaba la pelota y se encontraba rodeado de adversarios. Hubo, otra vez, insultos y enojo. Sin embargo, el clímax llegó en el vestuario: ya con la increíble igualdad a cuestas, Fritzler le atribuyó a Marchesín la culpa por el primer gol en contra, y éste, descontento, se le acercó temerariamente. Fueron separados por el resto de sus compañeros y el nerviosismo mermó con el correr de los minutos. Pero el daño ya estaba hecho. Y el papelón, mediático y futbolístico, también.

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