sábado, 24 de octubre de 2015

Hasta cuándo

La vuelta a casa me encuentra una vez más con un fastidio imposible de disimular, con un sabor tan amargo como ese primer mate de la mañana que me dejó un agujero en el estómago. Para colmo, esta vez el regreso hacia el principado de Lanús es más tedioso que de costumbre, mucho más cruel. Los viñedos que cercan la Ruta Nacional 147 son hermosos y las montañas de la precordillera que se asoman en el horizonte son imponentes, pero poco me importan. Como tampoco me interesó haber viajado sin dormir hasta Mar del Plata y no haber visto la arena ni el mar, sólo para acompañar a eso que no todos ven, que muchos no comprenden, pero que me empuja a vivir. A seguir latiendo hasta el final.

Ni siquiera sirvió haber pasado la noche en un hostel sanjuanino, una decisión tomada de antemano, desconociendo el posible desenlace de una historia que ya viene torcida desde hace rato. Un año y medio, por lo menos. La trama y los protagonistas son siempre los mismos, lo único que cambia es el escenario: La Fortaleza, el estadio de Defensor Sporting de Montevideo, el José María Minella de MDQ o el Bicentenario de San Juan. Bah… Vos agarrá un globo terráqueo y giralo con fuerza (con actitud, no con violencia). Apoyá el dedo índice donde se te ocurra y sonreí. No te sorprendas: allí estaremos, con nuestra ilusión a flor de piel.

Fin. Así de mal concluye la temporada para Lanús: adiós a la ilusión de ganar la Copa Argentina.

Esas caritas de angustia que buscan consuelo en otras miradas amigas son siempre las mismas, pero también son cada vez menos. Porque algunos se hartaron, se cansaron de deambular cabizbajos en tribunas que quedan cada vez más grandes. Y no está mal, es entendible. Cada uno asimila los golpes como puede: están los masoquistas que agachan la cabeza y están los que prefieren alejarse por un tiempo para no hacerse más daño. También están los que manifiestan su bronca con insultos hacia los posibles responsables de su dolor. Y bueno: cada cual pisa como quiere y tiene su razón de ser. ¿O no?

Entre curva y contracurva, y bajo una lluvia que profundiza la angustia, uno para la pelota un segundo (con la cara interna, para que no pase por debajo de la suela y se vaya afuera) y se pregunta hasta cuándo aguantará el corazón. Porque las deudas se financian en cuotas que se comen el sueldo y los cachetazos en la cara se maquillan con balances positivos y autocríticas que llegan tarde, cuando ya no sirven ni para la gilada.

Hasta cuándo voy a soñar con ese bombazo de mitad de cancha y el posterior empate lapidario que Bolívar se llevó hacia su altura de La Paz en la Libertadores 2014. Hasta cuándo durará este maldito año Centenario en el que ni siquiera podemos ponernos de acuerdo para seguir todos con la unidad que nos llevó al top 4 del ranking mundial. Mi corazón no se conforma y me pregunta hasta cuándo vamos a dejar que pase el tren. No sé ustedes, pero yo no quiero mirarlo más desde el andén. La puta madre, Grana. Hasta cuándo. No aguanto más.

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