La
vuelta a casa me encuentra una vez más con un fastidio imposible de disimular,
con un sabor tan amargo como ese primer mate de la mañana que me dejó un
agujero en el estómago. Para colmo, esta vez el regreso hacia el principado de
Lanús es más tedioso que de costumbre, mucho más cruel. Los viñedos que cercan
la Ruta Nacional 147 son hermosos y las montañas de la precordillera que se
asoman en el horizonte son imponentes, pero poco me importan. Como tampoco
me interesó haber viajado sin dormir hasta Mar del Plata y no haber visto la
arena ni el mar, sólo para acompañar a eso que no todos ven, que muchos no
comprenden, pero que me empuja a vivir. A seguir latiendo hasta el final.
Ni
siquiera sirvió haber pasado la noche en un hostel sanjuanino, una decisión
tomada de antemano, desconociendo el posible desenlace de una historia que ya
viene torcida desde hace rato. Un año y medio, por lo menos. La trama y los
protagonistas son siempre los mismos, lo único que cambia es el escenario: La
Fortaleza, el estadio de Defensor Sporting de Montevideo, el José María Minella
de MDQ o el Bicentenario de San Juan. Bah… Vos agarrá un globo
terráqueo y giralo con fuerza (con actitud, no con violencia). Apoyá el dedo
índice donde se te ocurra y sonreí. No te sorprendas: allí estaremos, con
nuestra ilusión a flor de piel.
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Fin. Así de mal concluye la temporada para Lanús: adiós a la ilusión de ganar la Copa Argentina. |
Esas
caritas de angustia que buscan consuelo en otras miradas amigas son siempre las
mismas, pero también son cada vez menos. Porque algunos se hartaron, se
cansaron de deambular cabizbajos en tribunas que quedan cada vez más
grandes. Y no está mal, es entendible. Cada uno asimila los golpes
como puede: están los masoquistas que agachan la cabeza y están los que
prefieren alejarse por un tiempo para no hacerse más daño. También están los
que manifiestan su bronca con insultos hacia los posibles responsables de su
dolor. Y bueno: cada cual pisa como quiere y tiene su razón de ser. ¿O no?
Entre
curva y contracurva, y bajo una lluvia que profundiza la angustia, uno para la
pelota un segundo (con la cara interna, para que no pase por debajo de la suela
y se vaya afuera) y se pregunta hasta cuándo aguantará el corazón. Porque las
deudas se financian en cuotas que se comen el sueldo y los cachetazos
en la cara se maquillan con balances positivos y autocríticas que
llegan tarde, cuando ya no sirven ni para la gilada.
Hasta
cuándo voy a soñar con ese bombazo de mitad de cancha y el posterior
empate lapidario que Bolívar se llevó hacia su altura de La Paz en la
Libertadores 2014. Hasta cuándo durará este maldito año Centenario en el que ni
siquiera podemos ponernos de acuerdo para seguir todos con la unidad que nos
llevó al top 4 del ranking mundial. Mi corazón no se conforma y me pregunta
hasta cuándo vamos a dejar que pase el tren. No sé ustedes, pero yo no
quiero mirarlo más desde el andén. La puta madre, Grana. Hasta cuándo.
No aguanto más.
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