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Es cierto: el que se llevó la peor parte del enfrentamiento entre las dos
facciones de la barra brava de Lanús (Villa Sapito vs. Monte Chingolo – El
Ceibo) fue uno de ellos, del bando de los violentos. Pero pudo ser cualquiera,
porque la cobarde balacera que lanzaron esos anormales desde ese maldito auto
no tuvo un destinatario claro. Fue tirar por tirar. Y que sea lo que sea. Hubo
heridos, muchos. Inocentes, culpables. Al fin de cuentas, personas. Es lo de siempre. Es lo normal. Bah, lo
normal para los tiempos que se viven hoy, ya que lo anormal sería andar por la
calle con la seguridad de que se estará exento de todo peligro. Pero eso no es
posible en esta sociedad.
Algún día el fútbol argentino será una verdadera fiesta. Los hinchas
genuinos recuperarán el sector de la tribuna que ahora ocupan los violentos. Y
ellos estarán tras las rejas. Soñar no cuesta nada, ¿no? Mientras tanto, el
sueño se convierte en pesadilla. Y los que tienen que tomar las decisiones
fuertes miran para otro lado. Ignoran a la gente, la misma que los eligió para
que los representen. Dirigentes,
políticos, organismos de seguridad… todos son culpables. Todos nosotros,
los verdaderos hinchas, en algún punto somos culpables. Mientras tanto,
observamos con desazón cómo otro gajo más de la redonda se ha manchado con
sangre. Que sea la última vez. Por mí y
por vos. Por los míos y por los tuyos.
Lo pedimos ahora. Y lo pediremos
siempre: ¡Basta de violencia en el
fútbol argentino!
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