No caben dudas que una de las principales razones que impulsa a los equipos del fútbol argentino a exhibir un juego cada vez más mezquino y deslucido es la polémica tabla de los promedios. Esa misma que comenzó a regir oficialmente en el Torneo Metropolitano de 1983 y que se ha mantenido vigente hasta la actualidad.
Durante estos 24 años de ininterrumpida presencia, los promedios han sido testigos de sorpresivos acontecimientos, como fue el reciente e histórico descenso de River al Nacional B. Y si bien en un principio se caracterizaron por castigar más a las instituciones provenientes del ascenso que a los denominados Equipos Grandes, en los últimos años han abrumado de igual manera a unos y a otros.
La situación ha llegado a un punto tal que los clubes se ven obligados a realizar importantes erogaciones de dinero con el fin de contratar a técnicos reconocidos por conseguir buenos resultados, pero cuestionados por sus métodos que dejan -en la gran mayoría de los casos- graves problemas futbolísticos y financieros. Además, se genera un ambiente de presión y de nerviosismo que no sólo les impide a los planteles exhibir su máximo potencial por miedo a perder, sino que también atenta contra el propio espectáculo, víctima de planteos tacaños y de tácticas cicateras.
Es por eso que una buena medida sería eliminar esta estrafalaria tabla de los promedios y -a la vez- implementar los campeonatos largos. Al menos de esa manera los equipos no estarían tan agobiados y, en consecuencia, se encontrarían más predispuestos a brindar otro tipo de espectáculo.
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