lunes, 23 de septiembre de 2013

Por su ineficacia, Lanús sólo atrapó un punto

Nada. Ni Quilmes ni Lanús se encontraron con el gol. Al local, el punto le sentó mucho mejor. 

Es uno de los males que aqueja y desorienta a la mayoría de los equipos argentinos que la afrontan, sobre todo durante estos últimos años de agendas cada vez más cargadas. Algunos se preparan para encararla de la mejor manera y otros salen a ver qué pasa. Pero no hay caso: la doble competencia se ha vuelto un dolor de cabeza para los clubes. El problema principal es el desgaste que produce en los jugadores, lo que genera una baja en el rendimiento o, en el peor de los casos, lesiones musculares que los dejan en el camino. Encima, si enfrente se para un rival que viene descansado y que trata de suplantar su falta de brillo con mucho ímpetu, todo se vuelve aún más complicado de sobrellevar.

Eso sucedió ayer entre Quilmes y Lanús, que llegaba en alza por la goleada a la Universidad de Chile en la ida de los octavos de final de la Copa Sudamericana. Sin embargo, el conjunto de Guillermo Barros Schelotto se encontró con un equipo necesitado y que se caracteriza por interrumpir los circuitos de juego ajenos.

El arranque de Lanús fue prometedor, electrizante y con mucho vértigo. En cada desborde de Víctor Ayala -habitual volante devenido a lateral por la ausencia de Carlos Araujo- se olfateaba el peligro de gol. Con centros y tiros de media distancia, los del mellizo se adelantaron en el campo y se adueñaron de la pelota.Si no hubiera sido por la ineficacia de Jorge Pereyra Díaz, Lanús habría marcado la diferencia. El delantero, generalmente pieza de recambio, fue el más inquieto, pero pecó de egoísta en tres avances seguidos que definió ancho o alto cuando tenía más de una opción para descargar. Así, el momento de Lanús se consumió.

Esa merma tuvo mucho que ver con una notoria levantada de Quilmes, que reaccionó gracias al esfuerzo y al empuje de Rodrigo Braña en la mitad de la cancha. Si no fuera por el enorme despliegue del volante central, sería muy difícil para Nelson Vivas mantener el equilibrio en un equipo con pretensiones ofensivas. Mientras busca una identidad de juego propia, Quilmes maquilla sus falencias con sacrificio. Así incomodó a Lanús. Con Joaquín Boghossian en otra sintonía, el peligró llegó en los pies de Leandro Benítez y sus pelotas paradas.

Los ingresos de Arnaldo González y de Matías Morales fueron vitales para que el equipo de Vivas se revitalizara. González fue el socio ideal para un Miguel Caneo estático, mientras que Morales ocupó toda la banda derecha con su ida y vuelta. Así, Quilmes empezó a jugar y a llegar.

Aunque ya había aparecido en el primer tiempo para cortar y distribuir, Leandro Somoza fue clave en el peor momento de Lanús. El volante se adueñó de su sector y lució su jerarquía para interrumpir cada intento rival. La contracara fue Santiago Silva, quien estuvo más preocupado por bajar a pivotear que por generar peligro. Para colmo, el árbitro Darío Herrera no sancionó un claro penal de Martínez sobre Acosta.

Cuando se le acabaron las ideas, Quilmes trató de inquietar con pelotazos cruzados. Lo único que logró fue que sobresaliera Agustín Marchesín, quien mantuvo el cero y la tranquilidad en su arco.

Así, Lanús desperdició una ocasión ideal para prenderse detrás de Newell’s. Dio la sensación de que jugó con la cabeza puesta en la Sudamericana y en la doble competencia. Y lo pagó caro, ya que el punto que obtuvo no es de partida, sino punto y aparte. A Quilmes, por su lado, sumar siempre le viene bien. Aunque sea de a uno.

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